ESTOS COMPORTAMIENTOS ADULTOS A MENUDO ESCONDEN UNA FALTA DE AMOR EN LA INFANCIA.

Creemos que hemos pasado página. Avanzamos, construimos, amamos. Y, sin embargo, ciertos gestos, ciertos miedos, ciertas reacciones aún se nos escapan.

Cuando la infancia marca la autoestima

Las personas que no se sintieron amadas cuando eran niños no crecieron creyendo que merecían lo mejor. Resultado: autoestima frágil , difícil de consolidar. Este déficit emocional temprano puede llevar, según el medio Global English Editing , a una duda constante sobre el propio valor, a una autocrítica invasiva e incluso a un sentimiento de ilegitimidad frente a los éxitos.

Y no termina ahí. La falta de confianza se extiende también a los demás. Cuando aprendemos desde pequeños que las figuras que se supone deben protegernos y valorarnos pueden decepcionarnos o descuidarnos, la desconfianza se convierte en un reflejo. Abrirse, confiar, creer que uno puede recibir apoyo incondicional se convierte en un viaje plagado de ansiedad.

El miedo a amar...y ser amado

Recibir amor debería ser sencillo. Excepto que para las personas que no experimentaron este sentimiento de forma clara y consistente en la infancia, el amor adulto puede parecer extraño, incluso amenazante. Detrás de cada muestra de cariño, una sospecha: ¿es sincera? ¿Cuánto tiempo durará esto? ¿No me abandonarán otra vez?

Este miedo al abandono a veces conduce a comportamientos extremos. Algunas personas desarrollan hiperdependencia emocional, aferrándose a cualquier señal de apego. Otros, por el contrario, evitan cualquier compromiso emocional, por miedo a volver a sufrir. Dos respuestas opuestas, pero que reflejan la misma necesidad fundamental: sentirnos amados por lo que somos.

El peso invisible de las emociones reprimidas

Otro rasgo que se observa a menudo en los adultos marcados por la falta de amor en la infancia: la dificultad para expresar deseos y establecer límites. En la infancia, si la expresión de una necesidad, una opinión o una emoción a menudo es mal recibida -o ignorada-, el niño aprende a guardar silencio. Y este aprendizaje continúa.

De adulta, la persona continúa evitando los conflictos, suavizando sus palabras, cargando con las emociones de los demás sin expresar nunca las suyas. Decir “no” se convierte en un desafío. Decir “siento” o “necesito” parece casi prohibido. Este patrón puede crear relaciones desequilibradas, en las que el individuo se siente responsable de todo excepto de sí mismo.

Una huella discreta pero tenaz

Estas conductas no son defectos, sino mecanismos de protección, puestos en marcha muy temprano para sobrevivir a un entorno emocional percibido como inestable o insatisfactorio. No reflejan una falta de inteligencia emocional ni una incapacidad para amar. Simplemente están hablando de una necesidad de seguridad que no fue satisfecha en el momento adecuado.

Lo complicado es que estas lesiones a menudo son invisibles. Ni los que les rodean ni siquiera la propia persona en cuestión siempre establecen la conexión entre su pasado y sus actitudes actuales. Sin embargo, reconocer el origen de estos rasgos es un paso esencial. Esto no sólo permite una mejor comprensión, sino que también abre el camino a una reconstrucción más pacífica.

Para las personas que aún llevan estas huellas, es posible sanar, a su propio ritmo, reconectándose con ellos mismos. Esto implica a menudo un trabajo personal: aprender a escucharte a ti mismo, a legitimarte, a reconocer tus necesidades sin vergüenza. Se trata también de reivindicar el derecho al amor, al respeto y a la consideración, aunque no siempre haya sido así en la infancia. Porque sí, lo que no recibimos como niños, lo podemos aprender a dar como adultos. Y ahí es donde comienza el verdadero cuidado personal.

2025-05-20T13:50:02Z